martes, 18 de agosto de 2015

Cuento , uno muy muy especial, disfrútenlo : 




 




             


EL PICOR DEL ALIENADO

Picó una vez y luego otra y otra vez, miraba y no
veía nada, sólo el picor…

Al rato apareció un punto rojo, solevantado y muy
picante, si… picaba y ardía…, al rato otro y otro
más, parecían abejas minúsculas que afloraban en
mi piel tibia. Deformaban mi antes piel suave y lisa,
y la transformaron en un campo minado, lleno de
pequeñas papulas y puntos muy rojos,
solevantados y quemantes. Primero los tobillos,
luego el talón… si aparecían desde abajo, cerca del
paso inicial que busca el camino. Llegaron ellas
primero e impedían el caminar en paz, me
obligaban a pensar antes de dar el próximo paso,
como si quisieran que me detuviera.

A poca andar, tragedia total… sin preguntar siquiera
y sin aviso, florecieron en tropel desde los muslos
hasta las nalgas, cada vez más picosas y
agrupadas entre sí, como si conversaran entre
ellas, formaban grupos irregulares y molestos. Pese
a ello, no se veía al responsable de tamaña
agresión. Hoy no había examinado ni tocado a
ningún paciente con sarna, como otras veces y que
significo 2 semanas de embadurnarme con cremas
y pastas con la fragancia de una francesa medieval.
Tampoco recordaba haber comido ni tomado
alguna pastilla que explicar esta ofensa, hasta dejé
de comer maní, almendras y chocolate , por si
acaso …

Al día siguiente ya no podía presentarme en
público, toda mi piel era un campo de tiro de
insectos ponzoñosos, tronco, cuello, cara y
párpados abollados por doquier… llenos de
pequeños volcanes rojos y duros, quemantes y
ardientes como el peor de los ajíes… no respetaron
ni el ese lugar… por eso no te busqué.

Recordando que poder hacer, busque en libros de
alergia, en atlas de dermatología y en cada lugar
que encontré en la Web… y nada, no existía algo
siquiera parecido… Tomé cuanta pastilla
antialérgica encontré, me dope, andaba como lelo,
medio dormido y volado, entre esta y la otra,
flotando y escondido y sin embargo... seguía
picando, si picaba como el peor de los martirios…
picaba y picaba… y volvía a picar.

Hasta llegue a pensar en un mal de ojo y brujerías,
invoque conjuros y contras que encontré... y
nada… hasta un porro fumé… y nada… sus buenos
tragos tomé... y nada... me puse cuanta crema y
menjunje hallé, me di baños de barro, de arroz con
afrecho, con azufre, con bosta de caballo y de
cuanto hay, me revolqué en charcos y pantanos,
me perdí en los cerros, me frote en cada árbol que
topé, me sumergí en cuanto lago y arroyo que
cruce, por horas en el mar floté… si, si hasta en
pelotas y de noche vagué buscando la purificación
de la lluvia y la niebla azul… Y así fue que con el
correr de los meses y sin remedio, pase a formar
parte de los alienados de la ciudad, que caminan
sin rumbo y la mirada perdida.

Un día, deje de caminar y me puse a escribir… y…
como tocado por un hechizo mágico, dejé de mirar
las ronchas y me olvide del picor… y aquí estoy,
escribiendo hace un año... como un desaforado,
con la piel como puerco-espín y con Jack Daniel’s
de consuelo, a mi lado. 




                              


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